11/3/09

Aquella tarde de mayo

Cuando vi lo de aquella tarde de mayo en Madrid… me quedé impactada. Cuando era pequeña mi padre me había llevado varias veces a ver una corrida de toros, pero me parecían aburridas y largas, ahora entiendo por qué las veía así. Hizo falta que el francés me enseñara lo que era el toreo. Entonces entendí por qué a esto se le llama arte.

Hasta entones era de la firme opinión de que el arte lo puede hacer cualquiera, todos podemos cantar, pintar, bailar, esculpir, crear de una forma u otra. Cuando vi aquella faena entendí que hay formas que no todo el mundo puede usar para transmitir, que el toreo es un arte limitado a sus genios, que yo nunca podría hacer en la vida.

El toreo es un arte excluyente que a su vez hace partícipe al común de los mortales en él, transmite a su público algo que va mucho más allá de la estética y la técnica, el público siente la adrenalina que le corre al torero por las venas, torero y espectadores comparten sensaciones en momentos efímeros y limitados. El toreo se entiende más especial por resultar irrepetible, por su forma única de expresividad, incluso por la controversia que supone para el hombre el riesgo gratuito, no, no es gratuito en el toreo, el arte en el toreo es la emoción del riesgo, la belleza de la facilidad de lo imposible para el resto de los mortales, y es que los toreros están hechos de otra pasta.

Aquella tarde comprendí que es cosa de uno y todos al mismo tiempo, es tan íntimo que parece imposible cómo llega a sobrepasar toda frontera, calando en el sentimiento más limpio y hondo del ser humano, en su público, haciéndolo así partícipe del espectáculo.

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